Me duelen los tobillos, las muñecas y el alma
de todos y cada uno de los grilletes
que me apreté yo misma
para sujetarme al mismo suelo de siempre
por miedo a alzar el vuelo.
Y ya me he cansado
de estos mismos tres metros cuadrados
en los que me muevo y doy vueltas
como un pájaro encerrado en una jaula
que quiere salir y no puede.
Se acabó.
Porque el miedo a perder
no es nada comparado con el miedo a vivir.
Ese miedo sí que acaba matando.
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